viernes, 22 de julio de 2011

De regreso...


Después de poco más de un año queridos y escasos lectores, les comparto un pequeño texto que escribí durante un taller de dramaturgia.

Ya estoy de regreso, con un renovado Clown para llevar, cosas buenas vienen…

Si me miras el brazo es porque quieres tocarlo, yo quiero tocar el tuyo, ¿puedo?

Si alguien me hubiera avisado que el transito era tan rápido y que no me iba a poder acordar de la mitad cuando llegara al final, como cuando me quedo dormido en los aviones desde los que no me alcanzan los ojos para mirar el mar, pero aun así me gusta verlo, me hubiera pasado todo el camino tocando. Como la bala que tocó aquella cabeza que llegó rodando hasta mis pies planos. Muy planos, extremadamente planos. Tan planos que si caminas detrás de mí en la playa probablemente no me reconocerás como uno de tu especie.

Son complejos los pies. Que diferentes seríamos si cruzáramos las calles y anduviéramos por los caminos sin calcetines, sin zapatos, solo los pies. Dejaríamos de mirarnos a los ojos para reconocernos por los pies. Sin duda es un mundo donde yo no pasaría desapercibido. Habría un pie como el mío esculpido con el bronce vaciado de las llaves de miles de mexicanos en alguna glorieta de reforma. ¿Qué sería de los cojos? Imagínate sin un pie en un mundo de pies. Donde los pies son el pie donde la estructura social descansa. ¿El tamaño importa? ¡Sin duda! No el largo, el ancho. En esa competencia sería finalista. Bueno, seguro ganaría, no quería parecer arrogante. Por eso mi pie estaría en reforma esculpido en bronce ocupando el lugar de la palmera. La glorieta del pie, mi pie. Sería el lugar perfecto para festejar los “triunfos” de la selección mexicana y así dejar descansar, por fin, los restos de los héroes que nos dieron patria, o los restos de los que murieron cerca de los héroes que nos dieron patria que pudieran haberse confundido con el pasar de los años. Si los hubieran fusilado descalzos hubieran sido fácilmente reconocibles. Probablemente hubieran sido sus pies y no sus cabezas los que hubieran colgado en la alhóndiga de granaditas.

Debajo del gran bronce que forma mi pie de manera exacta, habría una placa: “El gran pie”. Las personas se detendrían a recostarse junto a él para tocar con sus pies descalzos el frío bronce del gran pie, mientras reciben de los aspersores que rodean la escultura, el olor que se ha reproducido artificialmente para emular el de mis pies, olor a brisa fresca de la planicie.

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