-¡Éste tiene dos santos!
-¿Qué?
- ¡Tú! ¡Ostia, macho! ¡El de los dos santos va al diecinueve!
Si no hubiera comprado mi boleto por internet, el chofer del autobús que me llevaría a Madrid, jamás me hubiera hecho darme cuenta de que tengo en realidad dos santos que jamás he festejado porque desconozco los días que se celebran. Ya lo investigaré en la red. ¿Qué fue del clown? Las base de este, lo dicen todos los maestros, está en nosotros. Y yo encontré sus destellos en clase, pero sobre todo en mi soledad y en Miró. Si hice bien o mal, si hice mucho o poco, si hice o no hice o todo lo contrario, esto me tenía preocupado, pero ya no. Hice lo que hice cuando lo hice y ya está, ni más ni menos. Todo siempre pudo haber sido mejor y es bien sabido que el “hubiera” es en esta vida lo que la inteligencia es en los diputados. Y así, dormitando entre el nocturno paisaje catalán pasaban los kilómetros, las estrellas y los recuerdos. Una parada en Zaragoza a las tres de la mañana consiguió arrebatarme el sueño, españoles suben, españoles bajan, cambio de chofer y seguimos y me duermo y despierto en Madrid. Llegué a las estación de la Av. América a las cero horas de la ciudad de México, el sentido común me obligó a tomar un café y a leer El País mientras daban las diez de la mañana y a las diez y media, después de reclamarme lo temprano que era, Héctor me dio instrucciones para llegar hasta su casa vía metro. Apenas pisaban mis maletas la plaza España cuando una sordomuda se acercó a mi con un papel, firmé y me bajo tres euros. Sí, me vieron la cara. Tome otro café en la plaza y revisé la cartelera, fue ahí donde en diez minutos dividí las actividades turísticas a realizar durante mi corta estancia. Tuve la suerte de llegar a un departamento justo en el centro así que no tuve problemas para moverme. Deje mis maletas y luego el palacio real, la latina, gran vía y paseo del prado justo media hora antes de que se abriera la entrada gratuita al museo. En media hora una coca-cola entre italianos, alemanes, españoles y mexicanos haciendo fila para tener la entrada gratuita. Después dos horas y media de una enorme avalancha de pinturas que si bien denotan gran virtuosismo de sus creadores, además de ser registros importantes de la época, me fue imposible desprenderme de la sensación de estar en un cementerio. Salí ya de noche, y un caguamón con el Pablo, un batito de Hermosillo. Día dos; Café y El País, la dosis matutina, después a caminar. Me cruce con Cervantes en una plaza y antes de llegar al Museo Reina Sofía con Tirso de Molina. En el Reina Sofia la colección completa del museo Picasso de París. Sí, leíste bien. Y Picasso le avienta leña al fuego que Miró había encendido; ¿Cómo llegar de aquí a acá? Me explico: En la publicación pasada publiqué la fotografía de un cuadro de Miró, el título resulta inquietante cuando se ve la pintura: Gota de agua sobre la nieve rosa. ¿Qué tiene de rosa? ¿Qué tiene de nieve? A primera vista nada, pero entremos al juego con Miró y veamos el cuadro pensando en rosa, en nieve y en agua, no se ustedes pero yo veo el rosa, la nieve y la gota. Simple y sencillamente porque he decidido creerlo, porque me ha cautivado tanto que me gusta el juego que me propone y lo creo y lo creo tanto que veo el rosa, la nieve y la gota de agua. Y la cosa se pone mejor cuando empiezas a formular preguntas enfocadas al teatro y al clown con estas bases. Podríamos decir que se hace en el teatro todo el tiempo, que vemos una obra donde vemos ficción y la creemos porque nos cautiva y entramos al juego, pero ¿donde está ahí el abstracto?. Lo que está dando vueltas y vueltas en mi cabeza y provoca que arranque los pocos pelos que me quedan en la cabeza es la pregunta de ¿Cómo traducir el abstracto al teatro? Pero que no se confunda el abstracto con el absurdo, son cosas diferentes, no tengo la menor idea de porque, pero son diferentes. Lo único que tengo claro es que la respuesta únicamente se encuentra en la práctica y la experimentación, ya estoy en eso.
Después de un enorme paréntesis de viaje personal dentro del viaje personal, continúo brevemente con el viaje personal:
El tercer día comí algo así como comida corrida española en un lugar autodenominado el Museo del Jamón, paella de primer plato y pollo con almendras de segundo, acompañado de su respectiva cañita, todo por el módico precio de ocho euros y medio. Con la panza llena y el corazón contento me tope con la iglesia donde se encuentra enterrado el gran Lope de Vega, y camino al teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional me crucé por un callejón solitario con un tío que caminaba igual que yo, de gorra y mochila, no pasaron mas de tres segundos para que me cayera el veinte de que aquel era Javier Bardem, sip. No lo saludé, no le pedí autógrafo, no llevaba cámara, no tengo evidencia alguna, así que no tienen obligación de creerme como yo no tengo necesidad de que me crean o la obligación de mentir.
Mi última noche en Madrid coincide con el día del teatro y tocaba decidir: ¿El rey Lear o una borrachera?La moneda se inclinó por el Rey Lear y no me fue mal, bastante bien diría yo, lo que me pasa es que como tengo en la cabeza el abstracto, el paisaje no me cautiva tanto por ahora.
Escribo ahora desde Lisboa, donde sinceramente se respiran aires menos densos que los españoles. Gracias a Héctor y Pablo mis anfitriones en Madrid y gracias al Oliver por hacer el conecte.
Img. 1. Museo del Prado.
Img. 2. Museo Reina Sofía.
Img. 3. El poeta de Pablo Picasso.
Img. 4. Cartel de El Rey Lear.